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Rolando Alarcón y su legado en la música popular chilena

Rolando Alarcón nació el 5 de agosto de 1929 en Santiago de Chile, en el seno de una familia trabajadora, aunque pasó su infancia en el pueblito minero de Sewell. Desde joven, Alarcón fue testigo de las dificultades y desigualdades sociales que caracterizaban la realidad chilena. Su padre, un trabajador que desempeñó diversos oficios antes de terminar en la mina de Sewell, y su madre, maestra, fueron figuras clave en su vida, inculcándole un profundo sentido social y de solidaridad.

La adolescencia de Alarcón se desarrolló en el sur del país. A los 14 años ingresó a la Escuela Normal de Chillán, un colegio que tenía una gran cantidad de actividades extraprogramáticas que fueron cruciales para su desarrollo musical, especialmente en el piano. A los 21 años comenzó su carrera como profesor y decidió regresar a Santiago para impartir clases. Allí, su talento musical no pasó desapercibido, y el director del establecimiento lo nombró director de un coro infantil.

En 1953, se unió al Coro Pablo Vidales junto a otros profesores y universitarios, participando con el conjunto en el Festival Internacional de la Juventud en Rumania, lo que marcó el inicio de su acercamiento al folclore. De vuelta en Santiago, las inquietudes artísticas de varios de los miembros del coro los llevaron a tomar cursos en la Universidad de Chile con Margot Loyola, quien los perfeccionó en música y danza folklórica.

Más tarde, Loyola fue invitada al Festival Mundial de la Juventud en Brasil e invitó a los jóvenes a participar. Sin embargo, debido a la prohibición del evento, este se realizó clandestinamente, obligándolos a actuar en sindicatos y otras organizaciones populares. De regreso en Chile, motivados por la experiencia, nació el conjunto Cuncumén.

Cuncumén fue el espacio donde Alarcón, aplicando todo su conocimiento como docente de música, profundizó sus habilidades como compositor y desarrolló el sonido que caracterizaría al conjunto y al folclore chileno, asumiendo la dirección del conjunto. En este grupo estrechó vínculos con Victor Jara y Silvia Urbina. Se presentaron periódicamente en la Peña de los Parra, donde fueron desarrollando fuertes vínculos con Violeta, Angel, Isabel y Patricio Manss, a la vez que compartían su arte, ideales y luchas comunes. Juntos, trabajaron por llevar el folclore a su máximo potencial, siendo todo este proceso clave en la evolución de las letras que marcarían más tarde la clara posición política de Alarcón.

En 1967 ocurre un hecho que marcará a Rolando y reafirmará rotundamente su compromiso con la canción de protesta. El artista y otros músicos populares tuvieron un rencuentro con Fidel Castro tras participar del Festival de la Canción de Protesta, en Cuba, y vivir una experiencia única con el pueblo caribeño. En esa ocasión Fidel les habría dicho que una canción valía más que diez discursos.

“Se levanta el hombre pobre,
sus manos llenas de sombra,
a sus bestias da el agua sedienta,
a su campo una sombra muy sola”.
El Hombre
(Canción con que Alarcón junto a Los Emigrantes gana el Festival de Viña del Mar en 1970)

Rolando dedicó sus últimas obras a apoyar las luchas de liberación internacional. Un ejemplo de ello es su álbum Por Cuba y Vietnam, un testimonio claro de su solidaridad con los movimientos revolucionarios de los pueblos. Este trabajo no solo rinde homenaje a líderes como Fidel Castro, el Che Guevara y Ho Chi Minh, sino que también sirve como una herramienta de concienciación para el público chileno sobre las luchas por la justicia, la igualdad y la soberanía popular.

Otro de sus trabajos más destacados es Canciones de la Guerra Civil Española, un álbum que refleja su simpatía por las luchas antifascistas en España. Casi treinta años habían pasado desde que el barco carguero, Winnipeg, arribó las costas de Chile con refugiados españoles, los que entonaron y enseñaron sus cantos de protesta a los jóvenes chilenos de la época. Alarcón decidió interpretar esas mismas canciones tres décadas después, convirtiéndose en una de sus obras más aclamadas por escatar la experiencia de los combatientes antifranquistas y subrayar la importancia de la resistencia y el combate directo sin vacilación, pilares fundamentales de la vocación revolucionaria por avanzar en la construcción del poder popular.

En palabras del propio Alarcón: “…En las trincheras, en los frentes de batalla, en la clandestinidad, florecieron estas canciones al calor de la esperanza de un mundo mejor… Canciones que recorrieron mares y cielos, montañas y desiertos, de un extremo a otro, quedando como el más grande testimonio de indignación ante una humanidad que olvidó que la libertad no se compra con el precio de la sangre”.

Además, con el trabajo realizado en Canciones de la Guerra Civil Española, Rolando marcó el inicio de su propio sello discográfico. Él siempre fue crítico a la industria musical y a cómo esta se llenaba los bolsillos a costa del trabajo de los artistas, por lo tanto creó, con decenas de dificultades y críticas, su propio sello, donde grabaría varias de sus composiciones sin tener que someterse a juicios políticos y estéticos.

Se cree que tomar la decisión de comenzar a grabar solo fue uno de los factores principales que hicieron que quedara relegado de la escena musical chilena, siendo incluso olvidado como el pilar que constituyó para la formación de la Nueva Canción Chilena. Sin embargo, Rolando nunca aspiró la fama, el protagonista debía ser su trabajo, y fue rebelde en su labor de impulsar su música sin renunciar a sus principios, aunque esta decisión de luchar contra los grandes de la industria terminará por opacarlo mediáticamente.

Alarcón falleció tras un accidente que le causó una hemorragia interna a principios de 1973. Pese a que muchos no reconozcan a Rolando hoy en día, su trabajo está arraigado en la música folclórica chilena. Todos hemos escuchado canciones como “Doña Javiera Carrera” o “Si somos Americanos”, y todos cargamos con la herencia de su influencia en el canto popular de Chile. Su trabajo trascendió al artista que fue, y nosotros lo recordamos hoy, porque es necesario mantener vivo su ejemplo, abrazamos su labor y llamamos a seguir su camino como obrero del arte al servicio de su pueblo, ya que en un contexto en que el arte es cada vez más vacío y no tiene más valor que el mero entretenimiento, luchar por no reproducir la misma descomposición artística y ser capaces de crear nuevas alternativas con vocación popular, es un deber de todos los revolucionarios.

El mensaje de Alarcón toma fuerza en su célebre canción Yo canto a la libertad. En una sociedad donde las injusticias, la precarización de la vida y la desesperanza crecen, es fundamental que los artistas del pueblo pongan su conocimiento, creatividad y aspiraciones al servicio de las luchas populares para elevarlas, fortalecer sus convicciones y mantener viva la conciencia de que una nueva sociedad es necesaria y posible. La música, el teatro, la literatura y todas las formas de expresión artística tienen el poder de despertar conciencias, unir al pueblo e inspirar las luchas populares. Su legado nos impulsa a dedicar lo mejor de nosotros mismos para construir los cimientos de una nueva sociedad, un mundo donde la justicia y la igualdad sean la norma, porque los problemas por los que Alarcón cantó aún persisten y se agudizan entre nuestro pueblo.

¡A seguir levantando la música como voz del pueblo, el arte como promotor del cambio, y la lucha como fuerza para a construir una nueva sociedad!

“Seamos más rebeldes
con todos los canallas.
Es hora de arrancarlos de una vez
arrancarlos de sus tribunas
por mentirosos y sinvergüenzas,
por cabecillas de la inconciencia,
que la gente alce la voz”.
Museo de Cera
(Poema de Yevgueni Yevtushenko musicalizado por Rolando Alarcón)