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Situación Nacional: La pandemia convertida en dominación

La Incertidumbre se cierne sobre la Coyuntura.

Que el Coronavirus se transformó en algo más que un dolor de cabeza para todos, no cabe la menor duda, pero las consecuencias, como toda catástrofe, han desembocado sobre los sectores populares con mayor fuerza. Como siempre los trabajadores y el pueblo deben pagar el costo de los desastres naturales y también de las crisis inherentes del capitalismo que, de tanto en tanto, él mismo genera.

A causa de su propia configuración, este sistema es incapaz de resolver los problemas de la sociedad y su gente, por tanto, poco podrá hacer cuando un evento inusitado como el actual perturba a los gobernantes, administradores del poder capitalista. Y la razón es simple: aún cuando esté en juego el hambre, las enfermedades y hasta la muerte a la población, la prioridad será la mantención de los intereses económicos de los poderosos.

No es de extrañar entonces que prescindir del valor humano sea un mecanismo prevalente en la defensa del orden global, que otrora llevaba a hacer explotar guerras como válvula de escape ante el asomo de un peligro a su estabilidad. Aunque hoy en día un conflicto mundial parece incivilizado y de una incerteza invaluable, aventurarse en conflictos locales no ha dejado de ser un ejercicio tras el fin de la guerra fría, esta vez bajo el control y protagonismo prioritario de los EEUU. Y allí no se ha pensado en las víctimas, ni tampoco en el reguero de muerte que dejan los bombardeos “quirúrgicos”, apresurando las excusas para minimizar comunicacionalmente las consecuencias de esas inhumanas acciones.

Ahora el mundo ha colapsado por el surgimiento natural de un virus bastante infeccioso y letal; y si hay algunos que piensen que es fruto de algún experimento “mal intencionado”, preferimos no hacer eco de teorías de la conspiración, aunque tampoco debería sorprendernos mucho si algún indicio hubiera de premeditación o incluso involuntariedad.

Lo que si es irrefutable, es que la dinámica de proteger los intereses económicos de los dueños de la riqueza es el rasgo que se repite, sea a escala global o nacional. Por lo pronto, existen dos elementos concernientes a esta contingencia mundial, que se pueden subrayar de entrada: primero, que resulta contradictorio que, dado el avance tecnológico, no sólo en la investigación y producción de vacunas, sino también con toda la riqueza acumulada para disponer de recursos para una favorable atención de salud para la población, se esté al límite del colapso permanentemente y, dicho sin ningún resentimiento, sean justamente los sectores más pobres los que recogen toda la precariedad de ese colapso. En segundo lugar, qué duda cabe que tras esta pandemia el resultado será un recrudecimiento de las condiciones sociales, que traerá una recesión económica endosada, otra vez, a los mismos trabajadores y sectores del pueblo.

Lo primero ha quedado claro en toda la historia del capitalismo, donde a pesar de que la acumulación de riqueza excede las necesidades de la población mundial, los recursos para el beneficio de las personas nunca estén disponibles para cubrir dichas necesidades si no media la lógica del negocio. Tal es que, en medio de las consecuencias sanitarias y económicas, los datos oficiales han revelado cómo los más ricos han visto crecer sus ganancias más que en otros periodos. Las farmacéuticas, los sectores tecnológicos y los proveedores de software están viviendo un boom en la crisis. Las grandes transnacionales del retail se las han arreglado muy bien con el alza del comercio electrónico. Las cadenas de supermercados en Chile han generado un aumento de sus ventas en el último periodo y de paso, las alzas de precios van al galope, especialmente en energía y combustibles. El efecto parece quedar soslayado por la situación sanitaria, pero la presión sobre la economía familiar va en ascenso, en el contexto aún más dramático de los índices de cesantía presentes.

No obstante, el impacto sobre el comercio detallista, las pequeñas y medianas empresas, más un sin número de sectores específicos que se han visto golpeados por el “congelamiento productivo” determinado por las cuarentenas (que además proporcionan una importante cantidad de empleos), advierten una preocupante situación en el futuro inmediato. Si le sumamos el gasto público que las naciones han debido implementar para soportar los confinamientos y contener el río revuelto de la política, particularmente en países como Chile, auguran un escenario de apretura económica que podría escalar a niveles no vistos desde hace 40 años atrás.

Así entonces, la pandemia como otrora las “incivilizadas” guerras de antaño, podría acarrear consecuencias en el ámbito económico que se derramarán sobre el campo de la política, incluso sobre la bien amalgamada dominación ideológica de que ha gozado el neoliberalismo durante décadas.

Pero aun cuando hemos dicho que una crisis parece latir en el corazón del modelo, no se puede negar que ha tenido la suficiente fortaleza para sustentarse y mantener equilibrada la dominación, a contrapelo del aumento de la desigualdad. Ello nos hace no conciliar con opiniones catastróficas del futuro del modelo en el corto plazo y menos aún del sistema capitalista.
La historia y la teoría social nos han demostrado que las crisis no siempre se resuelven a favor de los dominados. Pero existe una crisis que venía incubándose desde antes de la pandemia, donde esta última ha operado como un acelerador de los conflictos en tres niveles: económico, político e ideológico. En lo económico, la codicia por encontrar las formas de aumentar aún más el valor de la acumulación de capital, ya es un signo que precede la coyuntura; en lo político, la crisis e ilegitimidad frente a las masas, es otro rastro que viene debilitando la institucionalidad completa más allá de los gobiernos de turno; y lo ideológico puede quedarse sin piso, dado que se ha amparado en su relación estrecha con el factor económico y porque en la práctica su promesa de expectativas y aparente inclusión se hace menos viable. Por ello es que la incertidumbre de una recesión global, puede conmocionar de manera sustancial la escena nacional.

Como toda crisis suele ser aprovechada por las clases dominantes, las clases dominadas no deben permanecer inmóviles ante la incertidumbre del futuro. Si bien no vemos una fractura en el modelo, sí creemos que existe una fisura que viene cargando la gobernabilidad del sistema, que se ha hecho más palpable con la coyuntura actual. Este debe ser motivo de acción de los revolucionarios y el pueblo: responder a la necesidad de construir organización popular, de cualificar el instrumento revolucionario del pueblo y de afianzar su desarrollo en un Pensamiento Popular que, junto con contravenir la estructura de dominación del enemigo de clase, supere la corriente cómplice, que con un discurso seudo transformador, confunde y seduce a las masas, con el objetivo de ser el relevo de la vieja casta de administradores del Estado antipopular.

La Naturaleza de la Crisis Política.

Si en Chile la crisis sanitaria estuvo precedida por un convulsionado escenario desde el 18 de octubre, no se debe ignorar que diversos eventos de protesta estaban ocurriendo en otras latitudes latinoamericanas. Si la huella que el ejercicio de la institucionalidad política va dejando la hemos analizado desde lo que tenemos a mano en nuestro país, podemos encontrar similitudes en otras naciones del continente, incluso más allá.

Sin embargo, hemos reiterado que una peculiaridad histórica de la política chilena es su fortaleza institucional, por lo cual la degradación de la política después de la dictadura es un proceso que se corrobora como significativo y notorio. La estabilidad del sistema político se correspondía con la robustez de la estructura de partidos, de allí la integración congruente entre el ideario con los proyectos de sociedad propuestos y por consecuencia, los atributos de la dirigencia y el sentido de la militancia. Todo ello, presente de alguna manera en todos los partidos, independientemente de la posición de clase que sostenían.

No se trata de hacer una crítica vulgar y displicente, cuando la constatación en los hechos está a la vista. Y es que no se podría esperar otra cosa, cuando el reordenamiento global de fuerzas y la ofensiva neoliberal moldeó la forma de combinar los pilares del sistema en función de la dominación capitalista. Por lo tanto, las estructuras se fueron transformando y adecuando a la nueva etapa, desechando la vieja configuración y pariendo una nueva manera de articular la economía, la política y la ideología.
Así la política fue relegada a un rol accesorio, meramente administrativo del aparato estatal, donde los “puestos de trabajo” ofrecidos por el poder ya ultra transnacionalizado -que concebía a los países como commodities según su peso en el mercado, reducidos a provincias de una aldea global- se distribuyen bajo una asumida lógica de alternancia en el poder y ya no sobre la competencia de proyectos de sociedad. De esta forma, dejó de ser necesaria una doctrina que definiera una propuesta política, tal que los programas de gobierno son una especie de requisito intrascendente en las contiendas electorales, muy por debajo del tratamiento publicitario de los rostros, la retórica y la habilidad para urdir episodios convenientes para la cacería de la crónica periodística.

La nueva concepción uniforme del ejercicio político quedó determinada por el triunfo del capitalismo, en su nueva versión neoliberal, tras el fin del orden bipolar que existía antes de la “caída del muro”. Eso amplió el sentido de privilegio de las dirigencias políticas y forjó un nuevo carácter elitista que hoy se conoce como la “clase política”, que vive de la posición en los cargos de las instituciones del Estado.

Que “los políticos”, históricamente nunca han gozado de una mirada benévola por parte del pueblo, no es ninguna novedad, pero que este no se sienta identificados con alguna tendencia al grado de lo que verificamos en el presente, es un rasgo propio de estos tiempos. Y es que, prescindir de la política en el sentido que ya hemos señalado, agudizó el distanciamiento, diluyó el respeto a la autoridad y elevó el desinterés, de tal manera que ningún medio le abre espacio en su horario prime sin arriesgar la baja del rating.

Aunque este fenómeno lo hemos calificado como una propia trampa para el sistema, que incuba el peligro de mantener la tarea de administrar el control social, este no sólo ha dejado secuela en su configuración interna, sino que también ha producido el efecto negativo de despolitizar a las masas populares. Ese aspecto de un tejido social desecho tras estas décadas de democracia protegida, ha causado una descomposición del movimiento popular, en un significado de ver reflejada la política sólo a partir de la representación de esa “clase de políticos”, de poner en duda la organización como herramienta de lucha para el cambio, de optar por la solución individual dentro del estrecho margen que le provee el sistema y no en la unidad del pueblo en la acción colectiva para conquistar una sociedad distinta, plena de igualdad y justicia, donde los beneficios frutos del trabajo corran en paralelo con las necesidades de los trabajadores. Eso explica, en parte, que hayan pasado tres décadas para que el pueblo irrumpiera con violencia en las poblaciones, haciendo sentir la marca de su poder, aunque ello haya sido desorganizado, casi espontáneo y en alguna medida sorpresivo.

No obstante, las ideas revolucionarias se han negado a morir y subsisten aferradas a una materialidad objetiva y a la noble aspiración de un orden moral y humano, que otorgue dignidad a la vida de las personas. Por eso, enfrentamos aquel eufemismo reformista de hacer “más digna, más igualitaria y más justa” la vida de las personas, que se oye con frecuencia en los discursos progresistas, pues la idea de revolución debe llevar sin recortes los designios del pueblo: la dignidad y la justicia no puede admitir parcialidades, no debe haber diferencias; si no, seguirá cargando desigualdades.

Las Razones de un Estallido.

Un registro de treinta años para un periodo político parece ser muy extenso, pero su perpetuación sería un error de la naturaleza. Las crisis del capitalismo, sean de cualquier tipo, son un componente consustancial del mismo, por lo que su esfuerzo por sostenerse estará siempre en que las fisuras que afloren no agrieten en demasía la estructura de poder ni pongan el control de la sociedad en peligro tal que deriven en una confrontación descubierta, para lo cual serán seguramente conminados a llevar a otros límites la represión violenta.

Pero estos largos treinta años deben explicarse sobre la base del triunfo apabullante de la alianza del poder económico y político por sobre la alternativa popular, asestando una derrota al movimiento popular, los trabajadores y al pueblo en general. En varias ocasiones hemos descrito el origen de este periodo como un proceso social, económico, político e ideológico continuo, que se suele fechar en el resultado del Plebiscito del 88. Si bien es correcto para el seguimiento de la cronología histórica, es totalmente reducido para consumar un análisis acertado.

No es un detalle menor cuando la interpretación histórica de aquel acontecimiento, sirvió y sigue sirviendo para desfigurar la verdadera sucesión de hechos que abrieron paso a este periodo de la dominación de clase. La falacia de la transición a la democracia, que sostuvo el discurso auto exculpatorio de la Concertación, escondió por más de una década la naturaleza de la democracia que se había acordado y sellado dos años antes del Plebiscito del SI y el NO. En rigor, se trató de la Transición a una Democracia Restringida, que finalizó al momento de rubricar los pactos previos que dieron origen a lo que llamamos la alianza estrategia de los actores de entonces. Pensar que todo se decidió por la derrota que le infirió el pueblo a la dictadura, con “un lápiz en las urnas”, es el primer fraude de este periodo. No entraremos a explicar las variables internas y externas del caso, pero la opción del triunfo del NO era un hecho asumido por todos los análisis de ese tiempo.

Que la “alegría no llegara” era parte del mismo supuesto y aún con los rasgos propios del trauma de la Dictadura, la tendencia dentro del campo popular estaba situada en la “esperanza de un cambio”, de manera similar a lo ocurrido con el “Apruebo” del 25 de Octubre, con mucho menos glamour y convocatoria que aquel del 5 de Octubre. La contradicción agitada estuvo justamente en el aspecto político: Dictadura versus Democracia; pero la nueva democracia debía estar protegida, ejecutando el ejercicio de la administración del Estado bajo la lógica de la “Democracia de los Acuerdos”, muy coherente con la línea político ideológica histórica de la DC como partido eje (“la virtud de la prudencia” era la frase más querida de Aylwin) y el acompañamiento fiel y subalterno del bloque PS-PPD, ya hace mucho despojado de su carácter popular. El PC excluido y las alternativas revolucionarias diezmadas.

¿Por qué las masas populares tardaron 30 años en estallar en un hito como el 18 de Octubre? Ya señalamos el estado del tejido social y la traba que indujo la forma de hacer política. A eso se suma el aumento del desapego de las masas y congelamiento de la organización popular y por ende de la proyección de instrumentos de clase, pues el periodo comienza con un vaciamiento de dirigentes políticos de las organizaciones sociales, que como miembros de los partidos de oposición de aquel tiempo, emigraron a llenar el entramado de las repuestas instituciones del Estado.

En análisis pasados dijimos que el gobierno de Lagos tuvo algunas señas de perfeccionamiento del sistema, pero que no implicaba un cambio de periodo. Reformas formales dentro de la política y especialmente modificaciones en los ámbitos de la economía y roles del Estado, muy de la mano de lo que orientaba el modelo, fueron su sello bien adulado por el empresariado. Con una consensuada prédica se señaló, en ese entonces, el final de la Transición y de la Constitución de Pinochet. Por ello, augurábamos que los gobiernos sucesivos no traerían cuestiones relevantes. Bachelet asumía con una impronta simbólica de ser la primera mujer presidente, pero con una cancha ya bastante rayada. La consecuencia siguiente fue, sin duda, la inauguración de la alternancia en el poder con la ascensión de Piñera y de ahí en adelante el escenario propicio para el ingreso de la corriente progresista sistémica en la política criolla, que ya venía asomando desde finales del siglo pasado.

No es que en estos 30 años no hubo manifestaciones de protesta. Al año de asumido el gobierno de Aylwin, organizaciones de vivienda marchaban al Congreso en Valparaíso, dado que las políticas, planes y programas en el sector, no tuvieron un cambio de dirección ni sentido; la misma suerte que corrieron las políticas en las otras áreas sociales. Trabajadores públicos, profesores, los vistosos enfrentamientos de pescadores con la policía, entre otros, fueron reivindicaciones que colocaron de nuevo a la gente en la calle. Sin embargo, el tenor de estas jornadas movilizadoras fue la demanda gremial, economicista y la mayoría de las veces apegada a la mecánica legal de negociaciones. Expresiones de lucha parcial, por lo general conducidas por dirigentes de las mismas tiendas de gobierno.

El eje derechos humanos fue paulatinamente perdiendo fuerza entre la contienda legal por verdad, justicia y libertad, que terminó permeado por la fragmentación de las organizaciones políticas de izquierda radical, junto con la resolución y reparación de los casos emblemáticos.

Los sectores estudiantiles, que ya habían sido convidados a la tranza consolidada el año 86, tardaron casi una década en volver a las calles (97), movilizados especialmente por el PC, que había quedado excluido de la nueva institucionalidad, no obstante, en su oportunidad habían virado su línea en apoyar abiertamente el NO y levantado un referente instrumental (PAIS), para participar de la reinaugurada democracia, cuestión que le costó escisiones hacia ambos lados de la política.

La atomización de la lucha por las demandas populares no sólo quedó allí, sino que agudizó más aún su condición organizativa, con las estructuras formales de trabajadores y pobladores, entrando en una fase de invalidez tal que fueron perdiendo la confianza de las masas. No podía ser de otra forma, cuando el sostén de clase del movimiento de masas ya no contaba con un instrumento político representativo; y para coronar el fenómeno, los dirigentes sociales hacían carrera política entre la burocracia, la seductora corrupción y cumpliendo un remozado rol de correas transmisoras entre la gente y las instituciones. Ya no se requería una militancia y una guía doctrinaria, sino un simple “título” de funcionario de una red institucional, que proveía privilegios y beneficios a costas de los recursos del Estado. Esta red, estructurada en diferentes niveles, partía en los poderes del Estado y extendía sus tentáculos hasta organizaciones sociales, sindicales, gremiales y vecinales, pasando por fundaciones, las reconvertidas ONGs de los 80s, centros de estudios, etc.

Así, mientras las estructuras del mercado ampliaban el acceso a bienes con la ayuda del crédito, masificaban la educación superior y otros -mediante la concentración del poder económico y la apertura de fronteras al costo de la eliminación arancelaria-, el desprecio por la política hacía desestimar la organización de las masas, elevando el clientelismo personal en detrimento de la asociación de las personas en pos de proyectos de desarrollo político y social, desde los niveles locales hasta nacionales. Como ya adelantábamos, fue este panorama que configuró la descomposición organizativa e ideológica del movimiento de masas, empobreciendo la política, cuya formación y ejercicio práctico causó un daño en la construcción de una alternativa de clase popular. Así también, sembró condiciones para la ilegitimidad de la administración del modelo, acabando con esa característica aventajada de Chile en relación con otros países de la región y que había evolucionado forjando cualidad y estabilidad institucional.

Por eso es que el reciente estallido de Octubre, no puede ser considerado totalmente como una sorpresa. Razones hay de sobra.

GRUPOS ACCION POPULAR
Mayo, 2021.