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Nacemos a mediados de la década del 90, bajo ese mismo influjo de variados y tercos intentos por insuflar oxígeno a las ideas derrotadas por los consensos entre la Dictadura y la oposición burguesa, que condujo a reinstalar con un colorido arco iris las ciertamente desteñidas democracia y libertad con que se engañó y cooptó al pueblo, incluidos sectores de la izquierda rebelde.

Con la misma inocencia, voluntad y rabia, nos abrimos paso en ese pequeño espacio de cultura sobreideologizada, donde se gritaba tratando de hacer sobrevivir la barricada, allí mismo donde nacían y volvían a morir distintos grupos, nuevos nombres y nuevas banderas. Pero nuestro sino no fue morir en el intento, y no nos quemamos con nuestro propio fuego autista en una calle cualquiera.

Fuimos pequeños, pero crecimos y nos multiplicamos; porque nos vimos en el pueblo, ni más ni menos que en él, con las mismas tareas a superar para recomponernos. Una generación que debía pelear con su propia conciencia construida por la inducción de un sistema que maduraba y se fortalecía con cada arremetida sobre la clase explotada. Nuevos revolucionarios que debían crear sus propias condiciones, desde allí donde sufre y vive el pueblo, donde las expectativas habían sido volcadas al conformismo y la sumisión.

Comprendimos que esos nuevos sujetos revolucionarios, no eran una creación moderna surgida del escritorio de un cientista social. Partíamos desenterrando las ideas abandonadas a un rincón polvoriento, por las que tantos compañeros de pueblo, en tanto lugar del mundo, con honestidad, compromiso y generosidad a toda prueba, habían entregado sus mejores años, sus vidas, e incluso su vida misma. No venimos a reivindicar su memoria pidiendo justicia, cuando sólo los sueños son justos en el orden actual. Venimos a dar crédito a esa noble causa que no cesa de latir, pues como decía Martí, “una idea justa en el fondo de una cueva, puede más que un ejército”.

Eso no admitía personalismos ni descuidos, si la tarea no estaba atrapada en nuestra propia trampa de automarginarnos, sino que nos situábamos en el centro de donde habita el pueblo con sus objetividades y subjetividades. Si asumimos la verdadera idea del ser revolucionario, la única y irrenunciable vocación es hacer la Revolución, de manera de escapar a la endémica excusa de la izquierda “de fallar en su relación con el Movimiento Popular”.

Partimos de un basamento ideológico fundamental, que es levantar nuestro proyecto sobre la esencia del ser humano, ubicado en el centro de la sociedad. El principio político de transformación radical de la sociedad actual, sin transar ante esas modernas apuestas que buscan confundir al pueblo con contextos nuevos, que esconden formas maquilladas de la misma vieja explotación y desconstrucción del hombre. Por ello es que reposicionamos el ideal revolucionario y el socialismo, a partir del análisis marxista y la organización leninista, a contrapelo de toda la fraseología oportunista que se ha regocijado con el discurso del fin de la historia y las ideologías. Pero la fuerza de ambas está aquí en estas filas, acechando con toda la potencia de lo justo que es luchar por una sociedad nueva.

Por eso que, reconociendo que muchos de los de entonces no son los mismos y que el viento no sople a favor, decimos con total convicción que el sacrificio por alcanzar la revolución sus ideales y objetivos políticos existe en Chile, se aloja en hombres y mujeres de las nuevas y viejas generaciones, en militantes obreros, profesionales, pobladores y estudiantes… por eso es que somos lo que creemos y lo que hacemos…

COMO TRABAJADORES DE LA REVOLUCIÓN
CONSTRUIMOS EL PODER DE LOS TRABAJADORES.

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