No existe postal que no ilustre a Valparaíso sin su Puerto. Incluso antes de su colonización, la tradición pesquera fue iniciada con el Pueblo de Los Changos, quienes habitaban estas tierras. Con el paso de los años, Valparaíso fue creciendo y poblándose, pero construyéndose siempre en función de su mar. Y en este proceso de construcción de la ciudad resalta la figura del pescador: hombre propio de esta tierra y uno de los responsables de la tradición cultural y social tan propia de esta ciudad. Cuentan los pescadores históricos de la ciudad que los primeros hombres de mar de Valparaíso construyeron la primera caleta para la ciudad, llamada “Caleta Jaime” asentada en lo que es hoy una avenida principal (la avenida Francia) hasta que en 1929 estos primeros pescadores debieron trasladar la caleta, aceptando ceder su lugar en pos del progreso de la ciudad y el beneficio de todos sus habitantes.
Por aquellos años no hubo temporal ni marea que quebrara el temple del pescador y con ello el apogeo del Puerto a inicios del siglo XX. Pero no fue sino hasta que se inician los años 2000 cuando los pescadores y porteños deben enfrentarse al peor depredador: Un sistema económico que crecía y se perfeccionaba a favor de las grandes empresas bajo la complicidad del estado. Con la entrada de ese despiadado gigante a las aguas, viendo en el mar un recurso a explotar y fuente inconmensurable de riquezas para sus bolsillos, no duda en atacar sin compasión a todo pez pequeño y al ecosistema social porteño que rodeaba a los pescadores.

Fue así como vino el estado a “hacerse cargo” del borde costero, entregándolo a manos de la empresa portuaria privada, concesionando cada rincón del puerto, que antes era de los Porteños, a unos pocos ricos: en el Terminal 1 aparece el letrero del TPS, del terminal 2 se apropia TCVAL, el Puerto Barón queda para los dueños de Falabella, el VTP de la familia Urenda, y por último otra parte del Puerto para Luksic, estas últimas, las familias más millonarias del país y del continente.
Qué tradición era para las familias porteñas ir a las caletas para abastecerse de pescado y ver las lanchas efervescentes de reinetas, jureles, albacoras, congrios, merluzas, sierras… Luego, en los años 2005 a 2008 el panorama era desolador: la merluza al borde de la extinción, la reineta y albacora se habían perdido de las costas de Valparaíso y otras tantas caletas más. Las pequeñas embarcaciones fueron arrasadas, empobreciendo al pescador por la devastación que generaron los industriales, que actuaban con plena libertad de extracción y explotación del recurso a su antojo. Hasta años posteriores donde se “regula” con ojos cerrados a los peces gordos, mientras se aplica con rigor todas las leyes al pescador artesanal. El daño ya estaba hecho.
En este contexto, imposible no recordar también a los pescadores de la caleta Sudamericana, cuando bajo la iniciativa del estado de “hacerse cargo” del puerto, su caleta queda atrapada dentro de los terrenos que este le dio a la empresa privada. Al iniciarse el proceso de licitación de estas empresas, les ofrecen a los pescadores la construcción de una caleta de alto nivel para reubicarlos en las mejores condiciones, pero la amnesia es profunda cuando esta empresa se adjudica la concesión y luego aquella promesa se transforma en un “empadronamiento” (como le llaman ellos al asalto legalizado) de cada pescador, obligándolos a pagar por el acceso a su lugar de trabajo. Además, impiden el paso peatonal para que los habitantes de la ciudad llegaran a comprar directamente a la caleta, por lo tanto, afectan nuevamente el bolsillo de los trabajadores, quienes ahora debían llevar sus Jibias a la comunidad.
Luego de la devastación de las especies comunes, estos pescadores debieron innovar en la extracción de Jibia, hasta el momento no apetecida por las grandes industrias ni por el porteño, que la desconocía. Aun así, poco a poco fueron vendiendo el calamar. Con el paso del tiempo, las restricciones se endurecieron, pero los pescadores resistieron a todas las presiones de la empresa, que los obligaba a abandonar. Así y todo, al despiadado depredador no le bastó y fue ahora en busca de la Jibia, y entonces bajaron los precios internacionales y los pescadores de esta caleta fueron obligados por el mercado a vender a menor precio a las empresas, lo que no cubría los costos y el sacrificio de su producción: la fuerza que se necesita para extraer la Jibia, las manos heridas de los limpiadores por lo particular del animal.
Los pescadores, con pleno convencimiento que su lucha era justa, llevaron a la justicia el caso, porque fue el mismo Estado quien años antes les había cedido esa caleta. El estamento judicial falló a su favor, pero tiempo después el falló se volvió en su contra. “No hay justicia para nosotros los trabajadores, la gente pobre. La justicia, las leyes se hicieron para el rico, pero no para el pobre, para el trabajador” (Pescador de Caleta Sudamericana). Ante la situación empobrecida en que dejaron al pescador y la necesidad de sobrevivir, los pescadores deciden ser relocalizados y hoy se encuentran alejados de su puerto, emplazados en Quintero y Laguna Verde.

Sin dejar de lado el presente, en noviembre de 2024, el gobierno de Boric presenta un nuevo proyecto de Ley de Pesca con el discurso pomposo de que vendría a “modificar” la ley de Pesca o más conocida como Ley Longueira, que entre sus grandes propuestas concesionaba el puerto por 20 años a empresas privadas, pero que se remite en la actualidad sólo a un fraccionamiento entre artesanales e industriales.
Así, llevó a un show de tire y afloje entre la cámara de diputados y del senado, emulando una supuesta enemistad y distancia de la fracción oficialista con la injusticia, por la diferencia entre miembros de oposición y de gobierno en cada una de esas cámaras. Buscan aprovecharse de la condición de los pescadores y actuar como los salvadores de una ley nefasta como la ley Longueira, pero olvidando que respondió a una política de Estado iniciada en el gobierno de Lagos, perteneciente a un partido de su misma coalición.
Como pueblo no debemos olvidar que los partidos, tanto de derecha como de izquierda, han traicionado al pueblo en innumerables ocasiones, incluyendo el actual gobierno, que ha actuado de forma escandalosa en contra del pueblo trabajador. Claro está que esperamos que cada vez se logren negociaciones favorables a nuestro pueblo, a los pescadores, pero tal como dijo aquel pescador “las leyes no están hechas para nosotros” si los que siguen determinando todo el mercado de la pesca en Chile, son las grandes empresas, las que extraen, exportan, incluso procesan y por lo tanto fijan su valor y se vuelven dueños del poco recurso existente que ellos mismos han exterminado. Y que este nuevo proyecto de ley no modifica en lo absoluto.

Por lo tanto, la victoria no depende de que esperemos las decisiones parches de los partidos políticos mezquinos y aprovechadores, sino en la lucha del pueblo, que se fortalece en sentir su poder inconmensurable cuando se junta y lucha por un objetivo común. Por qué no imaginar que el pueblo tiene la capacidad de construir una sociedad distinta si nos organizamos y fortalecemos la conciencia del lugar que ocupamos y lo que podemos lograr. No es irreal, si antes la caleta le daba trabajo a quienes no tenían, sólo se ponían a trabajar y recibían sus recursos con sentido de justicia e igualdad.
Sólo la organización es la que cambiará el curso de las aguas a favor del pueblo. Porque el pueblo es el único que puede desprenderse de algo por el bien común. Saludamos a los pescadores por el ejemplo histórico de integridad valórica, de lucha y rebeldía que le han dado a un Valparaíso ya sin puerto, contra lo injusto de este sistema.