Banner 27 años

Eduardo, Rafael y Paulina: un ejemplo de rebeldía para la juventud del presente

Desde los más honestos corazones

Nace el amor por los iguales

Por eso los que mueren no acaban

Han quedado en nosotros sus acciones.

M.

Es 29 de marzo de 1985 en la población Villa Francia. Eduardo y Rafael se disponen a conmemorar un año del asesinato de Mauricio Maigret, militante del MIR asesinado a sus 17 años, en Pudahuel. Hijos de Luisa Vergara y Manuel Toledo y hermanos de Pablo y Ana, Eduardo y Rafael se habían unido al MIR luego de que Pablo, que estudiaba en la USACH, ingresara a este y traspasara mucho de esas experiencias a sus hermanos. También Ana, la menor, comenzó a militar y Luisa se transformó en ayudista.

La incorporación de toda la familia a la lucha en contra de la dictadura, sin embargo, no se explica sólo desde esta militancia. Además de encontrarse en una población combativa, los hijos de los Vergara Toledo se formaron con el ejemplo de sus padres, quienes les inculcaron el valor de tomar sus decisiones, así como la importancia de la generosidad y del respeto por su clase. A su vez, en la población había bastante presencia de organizaciones sociales y cristianos de izquierda, quienes, como el padre Mariano Puga, desarrollaron un tejido social con una fuerte participación femenina y juvenil, donde las ollas comunes y los centros de apoyo escolar eran actividades habituales; y, aunque parezca obvio, su motivación pasaba fuertemente por su condición de clase, pues vivieron y sintieron en carne propia la pobreza de los barrios populares de Santiago.

En la Villa Francia, la represión concentró gran cantidad de sus fuerzas, asesinando y desapareciendo a muchos jóvenes y pobladores que luchaban en contra de la dictadura y por una sociedad justa. Desde el año 1983 la crisis económica agudizó la pobreza y cesantía, motivando protestas en las poblaciones y con esto, una respuesta aún más cruda de la represión; para entonces, la casa de la familia Vergara Toledo ya había sido allanada al menos dos veces. Los hermanos habían comenzado a vivir un acoso permanente desde 1982. Eduardo tenía entonces 18 años y era dirigente en la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas (actual Pedagógico), donde se formaba como profesor de Historia y Geografía. Es también en su paso por la universidad cuando comienza a militar en el MIR. Participaba además activamente de las organizaciones sociales de su población, siendo un joven reconocido y admirado en ella, tanto como sus otros hermanos.

Hacia fines de 1982 Eduardo ya había sido detenido dos veces, una de las cuales lo hicieron civiles y guardias al interior de la universidad, sin tener éxito, pues él y su pareja fueron defendidos y custodiados por los estudiantes del lugar; posteriormente, fue sumariado y expulsado de la universidad, aunque no sin dar la pelea junto a otros compañeros en la misma condición.

Ese mismo año, Rafael fue detenido en manifestaciones y expulsado del Liceo de Aplicación junto a otro compañero, cuando cursaba 3° año medio, por ser dirigente estudiantil. Comenzó a estudiar en el Liceo Amunategui y el 12 de abril 1984 fue detenido durante 5 días, golpeado duramente y llevado a la Cárcel de Puente Alto, luego de participar en manifestaciones estudiantiles. Esta fue una experiencia que lo marcó fuertemente.

El 29 de marzo de 1985, las fuerzas de represión se disponían a allanar nuevamente la casa de Luisa y Manuel en busca de sus hijos, a quienes encontraron en Las Rejas con 5 de Abril y no dudaron en asesinar a sangre fría. Eduardo fue alcanzado por un disparo y Rafael se devolvió a socorrerlo, momento en el cual le disparan y queda herido, lo esposan y arrastran a un furgón policial, disparándole en la nuca y arrojándolo luego al suelo, junto al cuerpo de su hermano. Más tarde, las fuerzas represivas emitirían la noticia de que se trataría de “delincuentes que asaltaron un negocio y luego de huir se habrían enfrentado a la policía”, como lo hicieron en muchos otros casos, intentando tapar lo ocurrido bajo el relato de la criminalidad y el terrorismo.

Ese mismo 29 de marzo, una historia similar se teje en otro sector de Santiago. Cae Paulina Aguirre. Había ingresado al MIR con solo 15 años y vivido la experiencia de ver a su padre tras las rejas, posterior a ser torturado, así como a un tío también preso y a otro fusilado. En búsqueda de una sociedad humanitaria y justa, viviendo en carne propia la represión de la dictadura, Paulina puso su convicción al servicio de la revolución.

Con 20 años, había arrendado una casa en Lo Barnechea, en la que cumplió con la tarea de guardar armas y municiones para luchar contra la dictadura. A propósito de unos arreglos que se hicieron a la casa, por lo cual la tuvo que abandonar unos días, los muros fueron echados abajo y las armas y municiones fueron descubiertas. Cuando Paulina volvía a la cabaña, a eso de las 11 de la noche de ese 29 de marzo, la CNI le disparó a matar.

Versos como estos son los que Paulina escribió para su padre:

Cuando el dolor,

la sangre, el odio y la muerte

son necesarios,

miles de manos se tienden

para tomar las armas.

Acuérdense ustedes de mí

Siempre.

Lo que destaca en el ejemplo de Eduardo, Rafael y Paulina son su valentía y compromiso. Valentía porque frente a un contexto de fuerte represión, de miedo y desconfianza por la posibilidad de ser entregado por otros, se rebelaron decididamente. Es la valentía de no transar sus sueños de una sociedad justa por nada, aunque el enemigo parezca el más poderoso. Eduardo y Rafael fueron detenidos varias veces, pero no echaron pie atrás en seguir combatiendo contra aquello que consideraban injusto, negándose a aceptar una situación de sumisión e indignidad.

Así también es claro su compromiso, porque su entrega fue de generosidad sin límite, al punto de entregar la vida por sus sueños de una sociedad distinta, dando cada día y cada minuto de su vida a la construcción de organización en su población y en sus lugares de estudio. Por eso, Eduardo, Rafael y Paulina no acabaron en su muerte, sino que sus ideas, así como lo justo y honesto de la causa por la cual lucharon vive en las generaciones de jóvenes que siguieron rebelándose, y que hoy se alzan frente a las condiciones de vida que nos impone el capitalismo.

Roberto Bolton, sacerdote diocesano testimonió acerca del asesinato de los hermanos:

Al atardecer del día 29 de marzo de 1985, en los sectores populares de la ciudad de Santiago, donde se esparció como un reguero de pólvora la noticia: “¡mataron a Eduardo y Rafael Vergara!”, se produjo una especie de espasmo de tragedia, de dolor, de indignación y de impotencia. Carabineros había asesinado a dos de los mejores y más queridos elementos de la juventud de la zona oeste de la capital. ¡Sensación de un gran vacío y de un terrible sinsentido”!

Así fue en la población de los hermanos primero, en Villa Francia, como el 29 de marzo se convirtió en un día de protesta y rebeldía, que luego hizo eco y se multiplicó en muchas otras poblaciones de Santiago, porque allí también fueron asesinados jóvenes por rebelarse contra un sistema injusto. Esa es la forma en que los pobladores recuerdan, reconocen y levantan en lo más alto el ejemplo de estos espíritus, que no se dejaron dominar por el miedo.

El discurso de los poderosos y sus empleados

Durante la dictadura, la muerte de Eduardo, Rafael y Paulina, así como las de muchos otros jóvenes fueron manipuladas y relatadas como enfrentamientos con antisociales. Con el pacto por la democracia y su formalización en el 89, la forma de procesar estas muertes ha sido la de reconocerlas bajo la categoría de “violaciones a los Derechos Humanos” y pasarlas a los “cuadernos de la historia y la memoria”. De esta forma, se invocan los famosos “Derechos Humanos” para hablar de la dictadura como situación excepcional, como si estos mismos derechos no fueran violados en toda la historia y todos los días a través de la explotación de los trabajadores, los abusos y la falta de condiciones mínimas para subsistir de millones; o también por la violencia que atraviesa la vida en las poblaciones; eso por decir algunos, pues la lista es larga. De esta forma se busca domesticar el ímpetu natural de la juventud y del pueblo por mejorar su vida y luchar por una sociedad distinta.

La respuesta de la clase dominante y de sus empleados en el poder ha sido velar las contradicciones y las justas razones por las cuales la juventud combativa salió a pelear en dictadura, así como manipularon también los motivos por los que otra vez, los jóvenes encendieron la chispa de la rebeldía al saltar los torniquetes en 2019.

Así, circula primero en la concertación y últimamente en el progresismo, el discurso de que el país debe recordar su historia, como si fuera un mero ejercicio cognitivo, un ejercicio testimonial de registro en el papel. Con esto se busca domeñar no sólo la rabia, sino también la motivación de la rebeldía en ese tiempo: la lucha por una sociedad distinta y el enfrentamiento inevitable cuando las contradicciones de clase se hacen evidentes y ponen en juego los intereses de los poderosos.

De esta forma, se habla de las “víctimas” de la dictadura, obviando que en realidad este fue el resultado de una reacción de los poderosos cuando vieron amenazados sus intereses y no un ejercicio ‘irracional’ de la violencia. Nosotros no perdemos de vista la respuesta del enemigo cuando ve amenazados sus intereses. Si los mismos que pactaron una salida democrática a la dictadura, que sólo profundizó la desigualdad y el capitalismo, creen que hay que “recordar para no repetir” como si fuera un asunto de gestión de gobierno, de defensa de la ley -esa misma que la clase dominante maneja y rompe a su gusto cuando se ve en condiciones desfavorables-, respondemos que nosotros no recordamos para olvidar, sino que nos preparamos como pueblo para defender nuestros intereses a través de todos los medios, con conciencia de que la respuesta de los poderosos cuando se ven amenazados es siniestra, que no respeta la vida ni la dignidad.

Por eso mismo más de alguna vez hemos levantado la consigna que aquí repetimos:

“Porque aún falta mucho por luchar, aquí nos preparamos para vencer”.

Rebelarse hoy sigue siendo necesario

Hoy por hoy corren otros tiempos o eso pareciera. Entre los ‘nuevos sueños’ de falsa inclusión al modelo impuestos a los jóvenes como “los más altos y verdaderos”; las drogas, que se han insertado en lo más cotidiano como el método para adormecernos de la realidad y el individualismo como un modo de relación- o de no relación- que ha calado profundo, pareciera que todo funciona. Pero bajo eso corre todo el estrago que el capitalismo ha causado en la vida de la juventud: un sinsentido del vivir, la pérdida de la alegría de vivir y los cada vez más patente problemas para enfrentarse a lo más básico y cotidiano, como es trabajar y construir relaciones con otros. Todo ello corriendo a contrapelo y desactivando esa rebeldía que históricamente la juventud ha encarnado.

Cuando vemos que las cosas más humanas y básicas no son posibles de realizar en nuestra vida, como son tener una casa donde vivir y la posibilidad de realizarse en la vida y el trabajo, en nuestro día a día y con nuestros semejantes, entonces todo el velo y la promesa de felicidad y plenitud cae para los sectores populares. Son los jóvenes pobladores que reciben la educación de peor calidad y ven desde temprano cercenadas las oportunidades de desarrollarse en la vida; son los jóvenes universitarios que acceden a esta educación cada vez más desprovista de sentido, donde se enseña a conformarse con un sentido puramente económico -que esta les permita un mejor pasar económico-, aunque no les permita ningún desarrollo real. Son los jóvenes populares quienes al formar familia ven la vida cuesta arriba, intentando sostener a sus familias sobre la base de la precariedad, luchando cada día para poder vivir otro día.

Por eso decimos que, aunque los contextos no son los mismos, la necesidad de rebelión está tan vigente como lo fuera hace décadas.

Es un deber rebelarnos contra esa vida a la que nos condena el modelo, marcada por la soledad y por el individualismo a la hora de resolver nuestros problemas.

Es un deber rebelarnos contra todas las injusticias que golpean nuestra vida, desde las pequeñas a las grandes, porque es ahí donde se constituye nuestra dignidad individual y colectiva, nuestra fuerza como pueblo, nuestra autoestima y fundamentalmente, nuestro futuro. Un futuro brillante por el cual vale la pena la lucha y el compromiso a todo momento, transformándolo en nuestra opción de vida.

Nuestro llamado a la juventud es a rebelarse, a organizarse y a comprometerse en el desarrollo de una alternativa revolucionaria, poniendo todo nuestro arrojo y esa rebeldía tan propia de la juventud en transformar este modelo desde sus cimientos. Ello no es sólo una necesidad, sino también la forma más bella y humana de enfrentar nuestra realidad actual y de construir un futuro para nosotros y los que vienen.

Así como los jóvenes fueron el ejemplo para enfrentar el miedo a la dictadura, jóvenes también fueron los que encienden la chispa de rebeldía el 2019. Es esa rebeldía inherente donde se ven reflejados los sueños y aspiraciones del pueblo en su conjunto. Les llamamos a luchar y seguir luchando, sin descanso y sin cederle ni un centímetro al modelo ni a los discursos progresistas que buscan domesticar la justa aspiración por una vida y un futuro cuyo centro sea la humanidad y la justicia.