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Contra este sistema de alzas, pobreza y precariedad, la elección del pueblo es rebelarse y luchar

Este 26 y 27 de octubre, nuevamente la elite política, el sector más deslegitimado de nuestro país, pretenderá obligar al pueblo chileno a acudir a las urnas. Nuevamente veremos personajes que sólo aparecen en tiempos de campaña electoral, prometiendo a la mayoría popular el oro y el moro, con tal de conseguir el voto. Con el descaro e hipocresía que los caracteriza, prometerán resolver todos aquellos problemas sobre los cuales siempre hicieron la vista gorda. Al fin y al cabo, son los administradores de un sistema donde el pueblo sólo cuenta como voto, sólo importa en tiempo de elecciones, y el tiempo de elecciones es tiempo de promesas e ilusiones, no de respuestas y soluciones.

¿Quién podría creer, hoy en día, que votando por tal o cual candidato, abriremos camino hacia un país justo? ¿Quién podría creer, hoy en día, que una marca en un papelito podría resultar en dictámenes legales que vayan en contra de la minoría privilegiada para favorecer a la mayoría empobrecida?

¿En cuántas promesas de campaña se ha hecho alusión a la vivienda como un “derecho humano fundamental”, mientras la cantidad de familias sin casa crece y crece? ¿Cuántas veces hemos escuchado la cantinela de “una salud digna para todos”, en la boca de candidatos financiados por los mismos dueños del perverso negocio de las Isapres? ¿Cuál debe ser la respuesta de un pueblo digno, ante los “ofertones” de autoridades y candidatos que han convertido las esperanzas populares en un burdo mercado electoral? ¿Cuál debe ser el mandato de nuestra conciencia, ante candidatos y campañas electorales que operan bajo el corrosivo supuesto de que todo hombre y toda mujer del pueblo tiene un precio?

¿Cuál debe ser la respuesta de un pueblo que no está dispuesto a venderse?

Más aún, cuando el actual escenario de “elecciones” se cruza con un contexto de brutales alzas en los costos de vida, donde la “guinda de la torta” es el alza en la tarifa eléctrica, lo que constituye la evidencia misma de cómo este sistema impone la injusticia sobre la mayoría, sin posibilidad alguna de elección. ¿Acaso el alza en la tarifa eléctrica lo determina el voto popular, o se decide unilateralmente, por mandato de las empresas que tienen el monopolio del servicio eléctrico? ¿Los precios de los medicamentos están sujetos al voto del pueblo, o a las pretensiones de ganancia de las cadenas farmacéuticas? ¿El alza del pan, del agua, del litro de aceite, del precio del transporte público, se someten a votación? ¿Qué posibilidad de elección han tenido las catorce mil familias afectadas en los últimos incendios de la Quinta Región, si las propias autoridades están más preocupadas de hacer campaña con el dolor popular, en lugar de responder de forma ágil y oportuna a las necesidades urgentes de los pobladores? ¿Por qué sólo se nos convoca a votar, cuando se trata de elegir un nombre y un rostro, mientras persisten inamovibles las mismas instituciones que sólo han servido para excluirnos, una y otra vez, de la mesa donde se juegan los destinos del país? Lo cierto es que, tras el montaje de las “elecciones”, se esconde la verdadera cara de un sistema que niega al pueblo cualquier posibilidad real de elección.

Por otra parte, si la elite política realmente creyera que existe alguna posibilidad de que el voto pudiese trastocar los intereses del poder económico dominante y generar cambios reales: ¿estaría promoviendo el voto obligatorio? Si estos señores creyeran que determinado resultado electoral realmente puede representar y hacer prevalecer los intereses populares: ¿estarían interesados en que todo el Pueblo vote?

¿Por qué, entonces, están todos de acuerdo en imponer el voto obligatorio?

En un país como el nuestro, donde las decisiones políticas se toman siempre al margen del voto popular y en contra de los intereses del pueblo, cada evento electoral es una pieza clave para sostener la careta con la cual el sistema político chileno se presenta como “democrático”. Para servir a dicho propósito, las elecciones deben ser eventos masivos, que se presenten como un ejercicio amplio de “participación”, donde poco importa si dicha “participación” es forzada a través de un voto obligatorio y bajo amenaza de multa.

Evidentemente, el sistema no tiene más alternativa que imponer el voto obligatorio, si pretende realizar un evento electoral que cuente con un nivel “aceptable” de masividad, puesto que no tiene absolutamente ninguna posibilidad de convencer a la mayoría popular y convocarla voluntariamente a las urnas. Este pueblo ya se cansó de votar y de ver a sus padres y abuelos votando durante décadas, sólo para seguir entregándoles más poder a los mismos que los han engañado una y otra vez prometiendo “cambios”, mientras se esmeran por mantener intactos los privilegios a favor de unos pocos. Este pueblo ya no les cree, ya no cree en sus eventos electorales. Esa es la verdadera mayoría, ese pueblo que está a la espera de una alternativa real de poder, una alternativa popular que lo impulse a expresarse realmente como fuerza mayoritaria, en lugar de ser anulado como actor colectivo a través de un voto.

La trampa que se esconde tras cada hito electoral confabulado por la elite política, consiste en que el acto de votar refuerza la apariencia de igualdad que promete el sistema. El gran empresario y el trabajador, el político y el vendedor ambulante, el banquero y el auxiliar de aseo, todos votan en la misma urna, sus votos van al mismo conteo y, al ser anónimos, pesan lo mismo. El evento se celebra y promueve, precisamente, para alentar esa ilusión de igualdad, todo para ocultar que, en realidad, las decisiones del país se toman siempre en favor del rico y en contra del pobre.

Por todo esto, no concedemos ningún valor a procesos electorales que surgen desde los administradores de un sistema desigual, donde unos pocos son dueños de todo en Chile, mientras el resto se desvive en trabajos precarios y mal pagados, o sobreviviendo en el comercio ambulante, ahogándose en deudas, hacinados o sin casa, y muriendo a la espera en los pasillos de los hospitales. Cuando se mantiene y prevalece el poder económico en manos de unos pocos, esos pocos seguirán gozando de privilegios. Y mientras esos pocos gocen de privilegios, los derechos de la mayoría seguirán siendo negados, con o sin voto.

Bajo tales condiciones, lo electoral, no sólo termina convirtiéndose en un mero trámite para maquillar lo que no es más que la dictadura del dinero, sino que también funciona como límite permanente a las aspiraciones de una vida digna para todos. Y así seguirá siendo, mientras el pueblo no cuente con un proyecto político propio, un proyecto popular que supere ese horizonte limitado que se le ha impuesto.

Esto es especialmente importante hoy, cuando la evidencia da cuenta de que la mayoría de la población siente la necesidad imperiosa de un cambio, pero aún no tiene la certeza de su posibilidad. Construir las condiciones para ello, es la tarea.

Por tanto, el llamado no es sólo a no votar, sino especialmente a centrar y redoblar los esfuerzos en pos del desarrollo de un proyecto político del pueblo, de manera que ya no se trate de un sistema que impone sus instituciones, sus leyes, sus candidatos, sus intereses, su orden a toda la sociedad, sin ningún contrapeso, y ante una mayoría atomizada, dispersa, resignada e indefensa. Un proyecto popular que constituya la respuesta de un pueblo capaz de caminar unido, a un mismo paso y con un horizonte claro por delante.

Sabemos bien que la construcción de tal proyecto político no es tarea fácil. Sabemos bien que constituye un desafío complejo y de largo aliento, pero es una condición fundamental e ineludible para el impulso definitivo hacia una vida digna.

La injusticia no se enfrenta con lápices ni papelitos, ni urnas, ni elecciones. Los dueños de Chile y sus subalternos en la elite política, no es al “voto” de la mayoría a lo que temen. Lo que los llena de temor es la idea de una mayoría popular organizada como una sola gran fuerza, con un proyecto político propio que apunte el camino, y dispuesta a luchar por conquistar la vida digna que se merece.

Hoy más que nunca, la elección del pueblo es rebelarse y luchar.