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BASTA DE EXCUSAS, BASTA DE ENGAÑOS, BASTA DE MODERACIÓN. A CONSTRUIR EL PODER DEL PUEBLO TRABAJADOR.

El trabajo en la sociedad socialista es un derecho,
un deber y un motivo de honor para cada ciudadano.
(Artículo 45; Constitución Política de Cuba)

Que más cierto que la situación de los trabajadores y trabajadoras, expresa mejor que en cualquier otro lugar lo que sucede en un país determinado; y, a partir de ello, el balance para nuestro Chile actual es desastroso. Peor aún, la izquierda (la que de verdad se precie de izquierda) se muestra con escasas claridades para dar un vuelco a la situación, permitiendo así que el inmenso pueblo trabajador se prive de un sustento organizativo e ideológico sólido, que lo represente y construya las condiciones para una solución revolucionaria en Chile.

Sucede que los revolucionarios (o aquellos que dicen serlo), nos estamos dedicando poco a pensar (menos aún a trabajar). Demasiado panfleto respecto a los trabajadores: exigencias y exclamaciones dirigidas ingenuamente a la institucionalidad; mucha complacencia con que algunas pegas simplemente existan, sin importar si proyectan algún avance; confianza de algunos en que a punta de puras consignas se ganarán la simpatía de un par de obreros, si los pillan volando bajo; o conformismo con la inercia de autoconvocarse, con el respectivo desenlace de olvidarse de las masas al final del día. Lo hemos planteado repetidas veces con distintas palabras: el sector de los trabajadores es ejemplo de cómo la izquierda ha sido incapaz de leer las condiciones actuales del pueblo para interpretarlas políticamente, proponer líneas pertinentes al periodo histórico actual y asumir la tarea de llevarlas a cabo, independiente de los costos personales que ello pueda tener.

Si se asume con responsabilidad la existencia de ocho millones de trabajadores y trabajadoras que sobreviven día a día con salarios de miseria, hay que animar un análisis profundo e intencionado de las condiciones laborales del pueblo, así como la magnitud, dirección y sentido de la subjetividad necesaria para invitar a apurar el paso.

El pequeño sindicalismo chileno y los “sectores estratégicos”.

Es sabido que una poquísima proporción de los trabajadores participa de organizaciones sindicales, gremiales o funcionales (sindicatos, asociaciones, comités paritarios). Además, muchos sindicatos son inactivos y varios de ellos francamente son de cartón (levantados por el patrón). Yendo a las estimaciones numéricas, hoy en día son unos 900 mil los trabajadores sindicalizados, o sea 1 de cada 10 trabajadores; y 200 mil funcionarios públicos inscritos en asociaciones gremiales, que representan 2 de cada 10. Si miramos por sector económico, la cosa es muy dispar: en la minería el 50% está sindicalizado; en electricidad el 30%, al igual que en servicios y transportes; en la construcción el 12%; en el comercio, 9%. Es decir, incluso la conciencia de clase “economicista” o “corporativa” es escasa en el conjunto de los trabajadores chilenos.

En promedio, cada sindicato y asociación de funcionarios cuenta con unos 80 socios, cantidad muy diferente a lo que ocurría antes de la instalación del neoliberalismo en Chile. Por otra parte, los sindicatos cuentan con 2 hombres y 1 mujer por cada tres socios contabilizados; mientras que las asociaciones de funcionarios con 2 hombres y 3 mujeres por cada cinco socios. En cuanto a su distribución geográfica, la sindicalización es casi igual en todas partes, sólo algo más baja en las regiones de la Araucanía y el Maule; y disparada al alza en la de Antofagasta. Casi todos están en sindicatos de empresa y el resto en los interempresas; donde en estos últimos, sólo pueden negociar de cara a dos o más empresas si los patrones respectivos quieren hacerlo voluntariamente.

La tasa de sindicalización por sector económico es un dato importante, pues suele suceder que en los sectores económicos con altas tasas de sindicalización, se lanzan con mayor frecuencia por el “paro” o huelga ilegal, así como en los sectores de débil sindicalización sólo se suelen articular huelgas legales. La excepción a la regla es la minería -como también es excepción en niveles de salarios, tradición sindical, etc.-; que, pese al altísimo nivel de afiliación, no se caracteriza por desbordar la institucionalidad laboral.

El pequeño sindicalismo existente, propio de trabajadores estables y de grandes empresas públicas o privadas, está compuesto por fuerzas sindicales hegemónicamente controladas por la Concertación (PS y DC principalmente), más una cuota del PC, operando principalmente a través de la CUT, el Colegio de Profesores y la ANEF, controlando una y otra confederación en el espectro existente. Existe así, cierto ensamblaje entre sindicato y partido (especialmente los de la Concertación), que actúan como verdaderos aseguradores de los buenos entendimientos dentro de las empresas.

Las fuerzas sindicales del país históricamente han estado radicadas en la minería, la construcción, el sector público y la industria; pero hoy en día, estos sectores económicos no sólo han disminuido la cantidad de trabajadores empleados, sino que también han visto decaer su actividad sindical. Al contrario, existen otros sectores económicos que en las últimas décadas han ido al alza o mantenido su actividad sindical. Aquí hay una tendencia engañosa: en los sectores económicos nuevos, que van requiriendo más fuerza de trabajo, los sindicatos se debilitan menos y más lento que en los sectores clásicos, pero en realidad ocurre esto porque poseen un piso bajo que mantener. Por lo tanto, es cierto que estos sectores menos clásicos han ido conformando un polo nuevo del pequeño sindicalismo chileno, sin embargo, no hay que perder de vista que su condición real es débil e incipiente.

En el debate, existe cierta idea arraigada en la tradición de la izquierda que valora el potencial sindical de un sector económico en función de su peso relativo en la economía (o qué tanto aporta al Producto Interno Bruto), dándole la connotación de “estratégicos” a los sectores clásicos del sindicalismo chileno en desmedro del los nuevos sectores. Sin embargo, se abandona aquí otra perspectiva de análisis, olvidando que los nuevos sectores cumplen un rol importante en la economía dinamizando el consumo interno (por ejemplo, el retail o gran comercio), que además, concentra a miles de trabajadores. Lo mismo sucede con los numerosos asalariados rurales, choferes del transporte público, etc., que muchas veces constituyen empresas con concentraciones tan grandes como las industrias o faenas mineras, jugando un rol para nada despreciable en la acumulación capitalista.

En este sentido, anotando que el poco desarrollo de la subjetividad sindical y la atomizada condición contractual son variables que cruzan transversalmente al mundo laboral chileno, y sumando la manifiesta precariedad que enfrentan estos nuevos sectores, podríamos postular que el sindicalismo que pueda apellidarse de “estratégico”, será aquél que supere sus condiciones subjetivas desfavorables y coloque al corriente la lucha radical de masas, montándose sobre las condicionantes objetivas de explotación en los diferentes rubros. En otras palabras, actualmente lo estratégico o no de un sector no depende fundamentalmente de cuestiones económicas, sino que del ejercicio político real.

El pueblo trabajador no afiliado.

Veamos ahora la fuerza laboral no sindicalizada, es decir los restantes 7 millones que no cuentan con ninguna afiliación.

Dos tercios de los trabajadores/as del país que se desempeñan en el sector terciario (comercio, transporte, finanzas y servicios sociales), contrariamente a lo que se opina desde el escritorio, no significan siempre lejanía ni ausencia de trabajo pesado y obrero (pensemos en los portuarios, en los casinos para las mineras, choferes de buses, técnicos bancarios, etc.). Muchos trabajan parte del fin de semana, sino todo. Muchos no almuerzan adecuadamente. El salario de los trabajadores calificados con nivel por debajo del profesional (técnicos, calificados, no calificados, operadores, vendedores de comercio, etc.) es bajísimoi. Fenómeno importante, novedoso y ya instalado para comprender a la clase trabajadora actual es la asalarización de la mujer, que aún no toca techo. La mujer trabaja sobre todo en servicios, cadenas de hoteles y restaurantes, así como en el comercio.

La cesantía es el plato de fondo para controlar todo este cuadro “precario”, como se le llama ahora, cifra que se mantiene relativamente baja en la administración presente, aunque siempre es acompañada por un subempleo; ambas formas de guardar reservas de humanos y ambas para pagar el trabajo por debajo de su valor.

Suele entenderse por parte importante de la izquierda, a la flexibilidad y la precarización del trabajo (ilustrada normalmente en la subcontratación) como un impedimento objetivo e infranqueable para la organización de los trabajadores. Fuera de cierta heterogeneidad que va conformando la nueva composición laboral de la clase, que más que nada, responde a una nueva fisonomía en la cadena de valor y modos de relación con los propietarios, la maduración de condiciones objetivas es productora de una fuerte homogeneidad económica de la clase trabajadora chilena en el actual neoliberalismo. Los asalariados, que cada día son más en el país así como en el mundo, cada día comparten más deudas, bajos salarios, inestabilidad laboral, mala salud, mala educación, alzas en los productos básicos, riesgo social, proyección crítica de la jubilación, etc.; así también como cada día se diferencian más del empresariado, que encrudece la explotación y acumula capital a niveles históricos.

Es cierto, el trabajo ha cambiado en estos años, así como han cambiado diversas cosas en el capitalismo mundial. Sin embargo, lo que realmente importa destacar es cómo el potencial revolucionario del pueblo trabajador (que existe sin duda), está desalojado por efecto del despliegue casi sin contrapeso de una interpretación neoliberal de la sociedad, que ha incidido en desarmar el tejido organizativo y conciente de la masa trabajadora. Algunos elementos de las condiciones objetivas ciertamente generan dificultades, pero la tendencia objetiva principal es que se sigue encuadrando a los trabajadores como una clase explotada por el capital en Chile, al igual que en otros países.

Las trabas para la organización de los trabajadores han existido desde siempre, en todo país, sólo que ahora algunos se empeñan en creer que: mala suerte, nos topamos con el peor escenario imaginable para recomponer nuestra clase. Miles de trabajadores y trabajadoras dieron lo mejor de sus vidas por superar escenarios adversos que existieron antaño, por lo tanto hoy nuestra tarea no viene malograda solamente por ser difícil de llevar a cabo, sino por el borrón que se hizo de la alternativa popular y los errores (algunos inconcientes y otros colaborativos) de una parte de la izquierda.

Si es que las condiciones objetivas están maduras, ¿por qué el potencial revolucionario del pueblo trabajador no se expresa en la práctica? No es que la tesis esté equivocada, ni que necesitemos nuevos “tipos de organización” ni nuevos “sujetos”, es que su imborrable papel revolucionario se encuentra expulsado de la conciencia, y esto, a raíz de la falta de organización popular para desmontar esas subjetividades y pasar a disputarlas en la práctica de la lucha social, copando los espacios que controlemos y cerrándole el paso al enemigo; jugándosela por aprender desde la práctica a crecer como pueblo y avanzando hacia la revolución. Este nudo se expresa en el sector sindical, pero también en todos los otros sectores del pueblo trabajador, pues constituye el desafío del periodo en que nos tocó luchar. Ese es el desafío que pocas veces la izquierda acepta encarar y que en la pega, población, liceo o universidad debemos asumir.

Los limitados alcances de las luchas y la ausencia de la izquierda.

El escenario sindical, ejemplifica bien la correlación de fuerza favorable a los patrones y sus representantes, alentando las barreras que frenan el desarrollo del factor subjetivo de la masa trabajadora, requerido para posicionarse sobre las condiciones objetivas y perfilar combates que instalen un proceso revolucionario como la única alternativa posible que acabe con la explotación y las diferencias de clase, por tanto, de paso a la verdadera justicia social.

Con los gobiernos democráticos se comenzó tempranamente a exhibir una drástica caída del sindicalismo y especialmente la lucha huelguística. A partir de los conflictos laborales del 2005 y sobre todo a partir de las luchas posteriores del sector subcontratado primario (minería, bosque, pesca), en algo se contuvo esta tendencia, repuntando en relación a los años precedentes. Aún así, no hay que exagerar, pues si bien trabó el aumento de los niveles críticos que la tuvieron a punto de desaparecer, sigue siendo de minorías y sin intención de expandirse o diversificarse, ni tampoco de torcer su orientación política.

Si remitimos el análisis a la huelga legal, vemos que el nudo que sufre ésta, es nítido cuando constatamos que cada día es mayor la diferencia entre el número de solicitud de huelgas entregadas a la institucionalidad estatal y el número de huelgas legales efectivamente llevadas a cabo (sólo un cuarto aproximadamente). El poder efectivo de las huelgas legales es bajo, por lo que los dirigentes no se atreven a convocarla hasta el último momento de los plazos normados de negociación. Esto ocurre por la baja legitimidad de los dirigentes, consecuencia directa del poco trabajo de base que realizan; por el fácil reemplazo de trabajadores, legal o ilegalmente (Chile es el único país en Latinoamérica que brinda esta herramienta legal a los empresarios para repeler las huelgas); porque son pocas las masas involucradas (muchos sindicatos divididos, o poca afiliación); por no poder negociar a nivel de rama productiva; etc. En fin, podríamos echar mano a mil razones.

Por otro lado, para funcionarios públicos el derecho formal a la huelga, casi inexistente en la práctica, está restringido según las determinaciones del Estado (Ministerio de Economía, Trabajo y Defensa), que cada año define un número de empresas como jurídicamente “estratégicas” y por eso prohibitivas de paralizarse.

Con todas las restringidas condiciones de huelga legal, de manera insospechada han surgido un pequeño conjunto de experiencias que ponen en ejercicio el paro o huelga ilegal. Como dato ilustrador, gracias al resurgir del paro en los últimos años, durante los gobiernos democráticos se cuentan casi tantas huelgas legales como ilegales; y aunque los logros reivindicativos siguen siendo mezquinos, la conducta observada deja claro que no es tanto una cuestión de lucas más o lucas menos, sino un tema de poder.ii

Las huelgas en general se producen en medianas y sobre todo grandes empresas, sin embargo, el paro o huelga ilegal ha convocado muchos más trabajadores, concentrándose también en grandes firmas y sectores clásicos del sindicalismo, tornándose una experiencia masiva, con mayores episodios de radicalización y encerrando un potencial político no desarrollado.

Las demandas han sido principalmente salariales, sobre todo en el caso de las huelgas pues es la orientación que les antecede legalmente para encausarlas. Otras demandas más conflictivas para el patrón, como la reducción de la jornada de trabajo, la sindicalización para pequeños grupos laborales, mejorías en las condiciones en que se labora, etc., no florecen; lo que no es de extrañar dado el estable consenso en torno al modelo y sus bloques partidistas y los bajos niveles de organización popular.

Así las cosas, la democracia “llega hasta las puertas de las empresas”, volviéndose descaradamente evidente su carácter de clase. En las empresas se aprende qué es la democracia en concreto: un conjunto de condiciones para asegurar el avance libre de la burguesía. Por ello es que sería un error olvidar la tarea de construir el poder de los trabajadores, hasta que haya mejores condiciones legales para hacerlo, pues aún si cambiara el marco legal, lo más probable es que se trate de nuevas condiciones diseñadas para cooptar nuestra fuerza como clase.

Cabe señalar que en el escenario actual de disputa en el sector de los trabajadores, el debate no debiera centrarse en si estamos en presencia de conflictos espontáneos, conscientes o dirigidos políticamente. O si se trata de expresiones puramente gremiales, o en la elevación de la organización y sentido clasista. Todo eso queda muy encerrado en los márgenes del panfleto multicolor del activo político que suele estar muy lejos de la masa de los trabajadores, pero que agita sin base la articulación de diversos sectores. Las luchas que se verifican son variadas en su germen y motivación: hay luchas donde la intervención del factor consciente es más improvisado, desorganizado y sin planificación, por un lado; y luchas donde logran encontrarse mejores capacidades organizativas que van fundiendo de a poco en la acción. Hoy, el factor básico ha provenido de los mismos dirigentes, mientras que las organizaciones políticas de diversos orígenes y el minúsculo sindicalismo clasista, llega tardíamente. La conclusión, es que los sectores que han generado un dinamismo sindical han tenido que echar mano a la escasa experiencia para darse una respuesta propia, manteniendo un fuerte contraste con el estado del resto de los trabajadores, ajenos al eje organizativo. Hay aquí, una tarea pendiente de los revolucionarios.

Lo que en otros tiempos fue una salida lógica a la estrechez de los marcos legales, hoy es casi un descubrimiento de cariz “novedoso”. Esta ironía no ocurre sólo por la inexistencia de una izquierda revolucionaria, sino porque los trabajadores aún no están empujando la lucha; y, de haber ocasiones en que explota la rabia, aún no se sabe con certeza qué hacer para construir organización acorde a las condiciones actuales (poca identidad y proyección individual con la pega, horarios complejos y distintos, dispersión geográfica, separación formal de trabajadores, etc.).

Al respecto vale preguntarse: si la tarea revolucionaria en aquel estado restrictivo para los trabajadores, es responder alegando una condición poco democrática o forjar la lucha por la liberación de toda regulación institucional. De una u otra manera, algunos trabajadores han respondido prácticamente esta pregunta, acometiendo con actitud subversiva en la conflictividad sindical, que si bien aún son débiles e insuficientes para configurar una nueva tendencia, sí son prácticas que debiesen ser recogidas y potenciadas; sobre todo en estos tiempos en que lo mediático prima en la movilización social y se funda en la petición dentro de los marcos establecidos, aún cuando se muestre una aparente radicalidad en lo discursivo. Como revolucionarios no podemos renunciar a instalar una tendencia que materialice la lucha con carácter y formas que rompa con los márgenes que nos imponen desde el sistema y el cause que nos traza la dirigencia para terminar morigerando la lucha popular.

A Prepararnos para Vencer.

La inclusión ideológica, a modo de ilustrarla específicamente en “lo salarial”, hace que en dicha esfera todos tengan claro el extendido robo de riqueza que acontece a diario en el país, pero una gran porción del pueblo opina, a nivel individual, que se “les paga lo debido o lo posible”, exhibiendo una fuerte desvalorización de nuestro trabajo, y de paso, de nuestra claseiii. Pero la inclusión ideológica, por supuesto, golpea también en elementos mucho más profundos a la hora de poner la propia vida en la causa de mejorar nuestras condiciones de vida como pueblo trabajador. En otras palabras, en componentes mucho más delicados de la subjetividad del proletariado chileno: no creer en la organización y la lucha social como opción válida para vivir. No tener confianza en la organización popular. No aceptar el hecho básico de organizarse.

Por lo mismo es que sin duda alegra ver explosiones de rebeldía, de sectores pequeños que se organizan y se atreven a enfrentar a sus patrones sin miedo, pese a los costos. Cuando desde sus condiciones propias y conciencia pura, hacen que la solidaridad radique en la acción concreta y organizada con sus compañeros de trabajo, sobrepasando la declaración nominal de unidad y apoyo que a menudo aparece interesadamente desde fueraiv. Pueden ser o no un germen, pero con todo, aún falta mucho por trabajar para extenderlas y consolidarlas.

A pesar que el elevado nivel de explotación en el neoliberalismo, crea dificultades prácticas para que los trabajadores se atrevan a apostar su escaso tiempo libre en organizarse, situación que ocurre de forma análoga al tiempo ocupado en la pega misma (donde inclusive es aún más difícil la organización), los trabajadores no tienen nada que creerle a la izquierda, si ésta sigue dedicándole al pueblo sólo su tiempo libre o si sólo le propone marchas con trazos convenidos, movilizaciones acordadas y le imponga consignas rimbombantes. La confianza total que los revolucionarios debemos irradiar ante este adverso escenario de los tiempos presentes, no es donde los trabajadores pierdan tiempo con apuestas tímidas, ni con anfitriones que puedan abandonarlos ante la aparición de costos personales, sino aquella que desde el punta pié inicial se decida llegar hasta las últimas consecuencias.

Ante la adversa situación por la que atraviesa actualmente el pueblo trabajador chileno, y en el cuadro general de fuerzas que presenciamos, con condiciones favorables para el enemigo y desfavorables para nosotros, la táctica es seguir caminando con el pueblo, organizando y sembrando conciencia desde los espacios donde se congrega el pueblo naturalmente todos los días. Con un puño hay que frenar a quienes ya no ven en el pueblo trabajador el protagonista de los cambios que Chile necesita, a quienes lo alejan con su sobreideologización, a quienes limitan su rol histórico al de ser masa votante o masa que cuantificar en la marcha de turno; para con el otro puño, comenzar a golpear al enemigo cada día más fuerte… sólo así se abren las alamedas y se empodera al pueblo.

Trabajando codo a codo, preparándonos para vencer, vamos afirmando el paso hacia la única salida posible a la cerrada y obtusa democracia neoliberal: construir las condiciones para el triunfo de la necesaria Revolución Chilena.

GRUPOS ACCION POPULAR
Junio, 2013.

i En este sentido, se sobreentiende que la discusión sobre el salario mínimo no es relevante reivindicativamente para esta masa, cuando se plantea entre 1 o 2 lucas más, pues el consumo a crédito resulta mucho más atractivo y prometedor.

ii Esto porque, el empresario muchas veces prefiere premiar a los trabajadores no organizados mediante la firma de convenios colectivos con grupos negociadores paralelos.

iii Es la forma actual de la alienación laboral, que tiene mucho de conformismo ideológico.

iv Estos años recientes hemos visto mucho de aquello, donde los que más agitan y vociferan son sectores políticos de todos los colores. Las movilizaciones de los portuarios, los mineros, los estudiantes, etc., han sido presa de la sobre agitación conveniente para llenar páginas y portales de Internet, bajo el prefijo de “todos somos…”. Inclusive lo más reciente, cuando el desalojo de las tomas de liceos han sido utilizadas desvergonzadamente por la Concertación, para golpear a la Alianza de cara a las presidenciales.