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BACHELET: LA NUEVA ALEGRIA DEL EXPLOTADOR

El 11 de marzo se inicia el segundo gobierno de Bachelet y primer gobierno de la Nueva Mayoría. Muchas son las promesas de cambio. Durante la campaña electoral, con la consigna “Chile de todos” y un programa de tres pilares (reforma tributaria, reforma educacional y nueva constitución), nos dijeron ser la respuesta desde la política al (bien manipulado) descontento ciudadano expresado en las calles. Recién electa, entusiasmada, declaró en un lujoso hotel de la capital: “Chile, por fin ahora es el momento de hacer los cambios (…) Tenemos la fuerza ciudadana, tenemos la voluntad y la unidad (…) es tiempo de combatir la desigualdad juntos, es tiempo de volver a creer en nosotros mismos”.

Que el programa de gobierno se proponga hacer cambios no es una mentira y que durante la presidencia de Bachelet se hagan algunas reformas es muy probable. Sin embargo, de la sola posibilidad de generar cambios reales en la sociedad, no dice nada la dirección a la que apuntan. Si bien la política depende en gran medida de muchos factores coyunturales, algunos muy cambiantes, también hay otros que están en la base y que son más estables. Así, planteamos que el nuevo gobierno tiene un carácter de clase burgués o empresarial, por lo tanto, más allá de las ilusiones que pueden abrazar ciertos sectores, como el Partido Comunista por ejemplo, sobre la existencia de una burguesía democrática y progresista, la Nueva Mayoría es incapaz de generar mejoras sustantivas en las condiciones de vida del pueblo trabajador, y menos aún, de alterar la correlación de fuerzas a favor de nuestra gente. Esto está tan claro como que la millonaria campaña que la llevó a la presidencia (la más cara de la historia de Chile), fue financiada por grandes grupos nacionales y extranjeros. ¿Acaso realmente alguien cree que estos señores financiarían el avance de sus enemigos?

Cualquier reforma tributaria sobre las bases de actual división de clases, no es más que un maquillaje que no toca la raíz de la desigual distribución de la riqueza. Más recursos para un Estado neoliberal son más recursos para un Estado tecnocrático y corrupto, que con armas, programas sociales y medidas económicas no hace más que defender los intereses del empresario. Que la distribución de la riqueza sea justa, no podría ser sin acabar con la forma capitalista de producción de riquezas, pues no hay igualdad posible sobre las bases de la explotación. Eso, nuestro pueblo lo ha comprobado en carne propia viendo desfilar cientos de entusiastas operadores de programas sociales que dejan nada o muy poco una vez terminados. Bachelet no podría hacer cambios de esta envergadura, porque trabajadores y empresarios no pueden combatir juntos la desigualdad en una sociedad donde la riqueza nacional es sinónimo de pobreza popular, en un país donde Chile no es de todos.

Cualquier reforma educacional, sobre las bases de la actual institucionalidad de administración y gestión, no tiene otro destino que la profundización del mercado de la educación. Cualquier reforma que no abandone la lógica de subvenciones es seguir entregándole recursos públicos a los privados, a los empresarios. Cualquier reforma que crea solucionar la injusticia en la educación sin intervenir allí donde se educan los ricos es una ilusión. Para que sea un justo derecho, la educación pública no puede ser sinónimo de educación privada financiada por el estado, como ocurre actualmente en universidades e institutos profesionales privados y colegios subvencionados. Para que la educación pública tenga un sentido de igualdad, tiene que ser de propiedad del Estado. Tampoco la educación pública puede ser sinónimo de educación para los que no pueden acceder a algo mejor, porque una verdadera reforma en este ámbito debe apuntar a la extinción del sector privado en la educación y el fortalecimiento del sector estatal. Para que el sistema educacional construya un pueblo culto, laborioso y libre, se debe valorar el trabajo de quienes educan a nuestro pueblo y rediseñar planes y programas. Para que la educación sea para todos, no podemos confundir calidad con indicadores sesgados que mutilan la integralidad de la educación y excluyen a los más golpeados por este sistema. Bachelet no puede hacer estos cambios porque su carácter de clase no se lo permite, porque iría contra los intereses del empresariado. Pero lo que sí puede hacer, es traducir las demandas del movimiento estudiantil en su lenguaje mercantil para descomprimir el conflicto y de paso perfeccionar el mercado de la educación.

Cualquier nueva Constitución, aunque se redacte en un formato de asamblea constituyente, sin el pueblo trabajador constituido en poder soberano de la nación, no es más que una nueva Constitución burguesa, una más de las tantas que ha habido en la historia de Chile.

La razón de tantos millones de pesos derrochados en las campañas electorales, es que Bachelet no podría conseguir la adhesión del pueblo con simples y justas ideas, porque los intereses de la Nueva Mayoría no son los de nuestra gente. El marketing sirve para ganar elecciones, está comprobado, pero no para ganar la lealtad de un pueblo que con absoluta certeza sabe que nada cambiará para su bien.

N uestro camino es la Revolución.

Nuestro pueblo seguirá sobreviviendo en la injusticia y escuchando más promesas de cambio. Los trabajadores, pobladores y estudiantes, no tenemos razones para creer que esta vez será diferente. La vida en las poblaciones es la contracara más dura de Chile, allí donde cotidianamente se comprueba la inutilidad de esperar que otros construirán por nosotros una vida digna para los trabajadores. Hace falta una revolución para que existan cambios verdaderos, pero para poder hacerla hacen falta aún otras cosas.

Hace falta más dignidad y unión para luchar sin transar por nuestros derechos. No queremos vivir un poquito mejor, exigimos vivir dignamente. Si no somos capaces de unirnos para controlar nuestro entorno más inmediato y enfrentar con dignidad las injusticias que vivimos a diario, los empresarios nos seguirán explotando con toda tranquilidad respaldados por el gobierno de turno. Para mejorar nuestras condiciones de vida debemos construir un Movimiento Popular que luche por una nueva sociedad.

Hace falta una izquierda que no reniegue ni se afiebre a cada momento según la coyuntura, y le haga honor al pueblo en su historia de luchas. Hace falta una izquierda que no convierta la rebeldía, el poder popular, la vocación de lucha, etc., en poesía discursiva para mediatizar un dirigente, o en concepto teórico para tan sólo publicar un libro. Hace falta una izquierda que no construya su política dando la espalda a las poblaciones, allí donde habita el pueblo trabajador, entreverado en una disputa a codazos y malas artes por las pocas migajas que deja el escenario político tras unas marchas en la alameda.

Hace falta un partido revolucionario que reúna a los hombres y mujeres que estén dispuestos a darlo todo por hacer más rápidos y seguros los pasos de nuestro pueblo hacia la revolución. En eso hemos estado estos 17 años y estamos seguros de que aún nos falta mucho por andar. Por eso, hoy como ayer, nuestro camino es la revolución y la seguiremos levantando paso a paso en el combate diario contra las injusticias.

GRUPOS ACCION POPULAR

MARZO 2014