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Artistas al servicio de la revolución: Abril en Managua

“Saben que, aun pequeños, juntos somos un volcán”

Aquel que conoció Abril en Managua durante los 80’s en Chile, sin duda fue por medio de algún cassette distribuido clandestinamente, que pasó de mano en mano, de barretín en barretín, para ser oído en algún rincón de la casa a volumen muy bajo, pero con un impacto muy alto entre los luchadores y combatientes de la época. La música, las voces y el contenido de cada canción ponía en alto la moral y la convicción de que, tal como lo habían logrado en Nicaragua, acabar con el dictador y toda la estructura político-económica instalada por la fuerza era posible.

A inicios de los 80’s, Latinoamérica se encendía en revolución, guerra y resistencia. Nicaragua apenas cumplía un año del triunfo del proceso revolucionario sandinista que acabó con la dictadura de Somoza y en El Salvador se alzaba una insurrección popular contra un régimen militar financiado por EE. UU., como es de esperar, tal como ocurría en otros países del continente, donde Chile no era la excepción. Es en este contexto, entre pólvora, sangre y gritos de lucha, que también se oyó fuerte el canto de la resistencia cultural, que por medio de la canción combativa, los acordes de conciencia y las voces afinadas al clamor del pueblo, hicieron resonar con fuerza una verdad única: que el único camino posible contra el opresor, es el camino de la revolución.

Es así como durante abril de 1983, en Nicaragua se celebró una reunión histórica. Trovadores de distintos rincones del continente se unieron en un mismo escenario para llevar a cabo el II Festival de la Nueva Canción Latinoamericana, que sería inmortalizado y recordado por medio del disco Abril en Managua.

La semana del 18 al 24 de abril fue testigo, junto a una multitud de campesinos, obreros, estudiantes y guerrilleros, de cómo la Plaza de la Revolución de Managua se convertía en un territorio liberado y lleno de esperanza, sin importar que a solo kilómetros acechaban los ejércitos enemigos. Los anfitriones del magno evento fueron los hermanos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, cantautores nicaragüenses que habían acompañado la lucha revolucionaria sandinista y de un pueblo desbordado de sueños de cambio. Ellos abrieron el concierto con el humilde verso “Yo soy de un pueblo sencillo”, seguido de versos comprometidos y resonantes con la victoria reciente, haciendo vibrar con orgullo y determinación al pueblo que derrotó al dictador.

Las melodías y arreglos siguieron a cargo de los mexicanos Amparo Ochoa y Gabino Palomares, que aquella noche cantaron acerca de los siglos de opresión y colonialismo a los que el pueblo latinoamericano fue sometido. La canción “La maldición de Malinche” fue una daga que mostró las raíces de un dolor antiguo en nuestros pueblos, un dolor repleto de injusticias que la voz de Amparo acarició y amainó con su canción “Para amar en tiempos de guerra”, dando sentido a la lucha revolucionaria, que por amor es capaz de luchar irrevocablemente para “hacer crecer en el vientre de la historia nuestra huella”, terminando con un ovacionado “Hasta la victoria siempre, compañeros”.

Alí Primera, desde Venezuela, regaló su canción “El sombrero azul”, convirtiéndola en un himno para la lucha de El Salvador, que, puño en alto y con el alma en la garganta, cantó en homenaje y apoyo a los niños y campesinos salvadoreños que en ese mismo instante se encontraban en fuego cruzado. “Dale salvadoreño que no hay pájaro pequeño que después de alzar el vuelo detenga su volar”.

De Brasil se tomó el escenario Chico Buarque, junto a Raimundo Fagner. Pese a la barrera idiomática, el público coreó sus estribillos en un portugués dudoso, pero con un honesto y sincero sentimiento de solidaridad entre pueblos, un abrazo musical que demostró que no existen fronteras lingüísticas entre las luchas.

“Canción urgente para Nicaragua”, de la voz de Silvio Rodríguez, cobró vida ante quienes inspiraron su creación. Con la guitarra alzada en señal de saludo y hermandad, Silvio quedó resonando con su mensaje revolucionario, con la certeza de que Cuba y Nicaragua caminaban en la misma senda, sobre el odio y la metralla imperialista.

La “Negra” inmortalizó en la Plaza de la Revolución su canto. “Solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente”, fue entonado, y aquel verso flotó al unísono entre Mercedes Sosa y una conmocionada multitud. Desde Argentina saludó al pueblo nicaragüense con su profunda y estremecedora voz, haciendo eco del mensaje de no ser indiferentes ante el dolor, y que aquella era la razón esencial de aquella reunión, invitando a soñar colectivamente un futuro de justicia popular, fundiendo su corazón con el de la multitud que aquel día alzó su dignidad… Vacía y sola sin haber hecho lo suficiente.

Daniel Viglietti ofreció su “Declaración de Amor en Nicaragua”, y atentos y con un nudo en la garganta el público oía cómo Sandino aparecía en ese escenario, mostrando una histórica lucha de la que eran herederos y a la vez precursores. “Todo parece casi seco en el planeta, y sin embargo Managua, Managua, Managua en Nicaragua”.

Luis Rico, Adrián Goizueta, Silverio Pérez, también fueron artistas que resonaron con el público, recordando a compañeros caídos, pero también haciendo bailar a los espectadores con la alegría de un triunfo. Todas las canciones que pasaron a la historia en aquel escenario fueron canciones diferentes, canciones que nacieron con el pueblo, que con pasión y fuego acompañan su lucha.

Abril en Managua demostró que la canción subversiva es una canción necesaria. Allí se demostró también el legado de Violeta y Víctor, que si bien no vivieron ese momento para cantarlo, sí estuvieron presentes en el espíritu revolucionario de los artistas que se han comprometido como voces vivas de la lucha latinoamericana, encarnando la verdad de que el arte y la política popular son inseparables cuando se trata de dignificar al hombre. Así es como la música nos anima a continuar, pese a las adversidades que la historia nos presente, haciéndonos sentir con fuerza el amor por los pueblos y el inequívoco e imperecedero camino de la revolución y la inagotable lucha de quienes asumimos ese camino. Oír hoy las voces de los artistas que inmortalizaron el disco de Abril en Managua, es sin duda una inyección de amor y rebeldía.

Abril en Managua representa un capítulo luminoso de la historia revolucionaria, un recuerdo de la unidad continental ante un mismo fin, es cultura en pie de lucha, atemporal, dándonos certezas de que la lucha revolucionaria siempre estará vigente, y que “aun pequeños, juntos somos un volcán”.