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28 años construyendo la revolución, con Araceli y Pablo en el corazón.

El 5 de noviembre de 1996 se levanta en la calle por primera vez la bandera de los Grupos Acción Popular, en conmemoración del octavo aniversario de la muerte de Araceli Romo y Pablo Vergara. Son 28 años ya desde eso y nuestra convicción sigue intacta, seguimos construyendo el proyecto del pueblo, con la rebeldía y decisión que nos caracteriza, en el liceo, la universidad, la población y el trabajo.

No es casualidad que nuestra organización se sostenga en el tiempo. Frente a un sistema que a diario busca convencernos de que otra sociedad no es posible, nos rebelamos y respondemos con el tesón y el compromiso, trabajando desde el pueblo día a día para fortalecer la organización y construir a los sujetos que porten una nueva sociedad, junto a una nueva forma de relacionarnos. De ahí que nuestra pelea se da en la vereda del pueblo, desde la cual nos movemos y multiplicamos, en los diferentes espacios donde nuestra gente desarrolla su vida, apostando por el protagonismo y la lucha como el único camino contra el engaño.

Estos 28 años sin renunciar a ni uno de nuestros principios, son reflejo de nuestro amor por el pueblo, por la dignidad y por los ideales de justicia, y de la urgencia de encarnar esos ideales en el hoy, de pelear material y concretamente por ellos construyendo las herramientas para la liberación de la clase trabajadora. Incluso si el modelo se viste como progresista y riega sus engaños como la única verdad, dentro del pueblo seguimos viendo clara la cosa, porque para nosotros la única verdad es que la realidad hay que transformarla desde sus cimientos.

Ese camino no comienza con nosotros, sino que es herencia y a la vez creación. Este fue marcado, entre muchos otros compañeros, por el ejemplo de Pablo y Araceli, ambos hijos del pueblo trabajador y militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), forjados al calor de la organización poblacional y clandestina de la dictadura. Entregaron su vida hasta el último segundo por un profundo sentimiento de amor y justicia por la revolución. A un mes después del plebiscito, mientras gran parte de la izquierda “renovada” buscaba integrarse a la engañosa salida pactada con los poderosos, estrechando su mano con el régimen y olvidando las aspiraciones del pueblo, Pablo y Araceli, miembros de la Comisión Militar del MIR, como tantos otros, se mantuvieron fieles a los intereses populares, comprendiendo que el proyecto revolucionario era el único camino y por lo tanto, su deber. Ambos mueren en medio de una acción en el cerro Ñielol en Temuco, donde tenían por objetivo volar una torre de alta tensión.

Pablo Orlando Vergara Toledo nació el 7 de septiembre de 1963 en Santiago de Chile, en un hogar humilde de la clase trabajdora. Creció junto a sus hermanos, Eduardo, Rafael y Anita, en medio de la Villa Francia, forjando amistades e identidad como poblador. Desde pequeño, Pablo se destacó por su carácter alegre, responsable y su insaciable curiosidad por aprender.

Estudió en la Escuela de Educación Básica N° 50 y posteriormente en el Liceo Don Bosco, para luego ingresar a la Universidad de Santiago, donde estudió Ingeniería. Durante estos años, su espíritu solidario lo llevó a ser un apoyo incondicional para sus compañeros, desarrollando su papel como un líder natural entre sus pares.

La creciente injusticia de la dictadura chilena no pasó desapercibida para Pablo. Su profundo sentido de la justicia lo impulsó a unirse a organizaciones juveniles en la Villa Francia, y más tarde al MIR. Ahí, asumió un rol activo y valiente en la lucha antidictatorial, convirtiéndose en un referente para muchos y, por supuesto, en un objetivo de las fuerzas represivas.

En julio de 1984, su hogar fue brutalmente allanado por la policía. Pablo fue detenido, interrogado y torturado por la CNI, pero no permitió que el miedo lo quebrara. El 29 de marzo de 1985, sufrió la pérdida de sus hermanos Eduardo y Rafael, a manos de la dictadura, pero esto significó un refuerzo en su determinación (este día es conmemorado como el Día del Joven Combatiente). Se exilió en España junto a su hermana Anita, donde continuó luchando, denunciando los crímenes contra su familia y reafirmando su compromiso inquebrantable con la justicia y la revolución. En 1988 vuelve a Chile.

Araceli Victoria Romo Álvarez nació el 13 de marzo de 1962 en una humilde población del sur de Santiago. Hija de un obrero mueblista y una obrera tejedora, creció en una familia numerosa y unida, lo que cimentó en ella un fuerte compromiso con la causa popular. Desde niña, se destacó por su capacidad organizativa, su aguda visión crítica de la realidad y su curiosidad, lo que le permitió comprender las injusticias que afectaban a su familia y a su población.

Araceli inició su andar en la organización social a través de comunidades cristianas de base, donde conoció a Pablo Vergara. Sus vidas se unieron en la convicción de crear una nueva sociedad. Durante los primeros años de la década de los 80s se integra a organizaciones culturales y también, junto a su madre, forma el Comité de Defensa de la Mujer (CODEM), también es parte activa de la Coordinadora Caro-Ochagavía, convirtiéndose en una líder admirada en su entorno. En esos años, decide comenzar a militar en el MIR, un compromiso que asume con entrega y dedicación.

Siendo una joven madre de una niña, Araceli se entregó de lleno a la lucha contra la dictadura, organizando protestas y recorriendo las poblaciones, a menudo con su hija a cuestas. Su valentía y determinación la hicieron destacar en la resistencia, convirtiéndola en un símbolo de la lucha popular.

“Ese año, ya su hija había nacido y tenía apenas un año de edad. Su figura frágil, delgada, su paso largo, su sonrisa cálida y su pelo negro largo y sedoso quedaron grabados en los pasajes y calles de la Población Lo Valledor Sur, en la toma de la Bandera, en la asamblea, en el mitin.”

Producto del aumento en la represión y, ante el peligro inminente, debe exiliarse a Mendoza en 1985, dejando a su hija al cuidado de sus abuelos, una decisión muy difícil para ella. En Argentina, Araceli intensifica su compromiso revolucionario, enfrentando riesgos y seguimientos constantes, manteniendo firme su convicción. Se reune nuevamente con Pablo en Cuba, en una escuela político-militar, donde se destacó como una combatiente disciplinada. Regresó a Chile, viviendo en Temuco junto a Pablo hasta el 5 de noviembre de 1988. Su muerte, en el Cerro Ñielol nunca ha sido del todo clara y se presume la intervención de aparatos de Estado, ya que los relatos de los agentes que encontraron los cuerpos presentan incongruencias. Lo que es claro es que Pablo y Araceli murieron durante la acción, ya sea por problemas técnicos o por la intercepción del enemigo.

El plebiscito de 1988, que se levantó como la única salida posible, con el paso de los años demostró lo que el sector rebelde y digno del pueblo advirtió, la profundización del modelo neoliberal y la desigualdad en nuestra sociedad, la intensificación de la explotación, todo a costa de engaños al pueblo, consensos con la dictadura y democracia de acuerdos, y la eliminación del sector revolucionario a partir del riguroso exterminio cometidos incluso después de la dictadura, con la ayuda de los sectores renovados.

Han pasado los años y nuestro pueblo vive más explotado que nunca, con políticas cada vez más convenientes para el empresario, que se muestran como “flexibilidad” para el trabajador pero que no son más que precariedad laboral. Nuestro pueblo está más desunido que antes, con más apatía y desconfianza. Este modelo ha penetrado en las formas de pensar y vivir de la gente, al punto tal de que ya no nos conocemos ni miramos entre vecinos, la drogadicción se esparce como gangrena entre nuestros jóvenes, la marginalidad es cada vez peor y la inhumanidad se normaliza. Vivimos en un modelo con gran acceso al consumo y el crédito, donde todos pueden conseguir bienes a costa de la vida misma, con el éxito económico como pilar, pero con un inmenso vacío de proyecto para nuestra sociedad y las personas, con familias que no se ven, con trabajadores sin tiempo para sus hijos, con estudiantes deprimidos y niños educados por teléfonos celulares.

Por eso, nuestra conmemoración de Pablo y Araceli no es un acto de mera nostalgia, sino la recuperación y desarrollo de los mismos principios e ideales que los conmovieron e invitaron a comprometerse cada vez más fuerte con el pueblo. La tarea de los revolucionarios es encontrar, aquí y ahora, las formas de crear condiciones para la liberación popular. Y aun cuando el contexto se haga arduo, resistir con el espíritu, con la moral y con la convicción de que si la revolución es necesaria, la revolución es posible. Es esa la consigna que nos ha acompañado todos estos años, y que nos invita a crear y buscar sin descanso esos caminos, los que construimos con el pueblo en el corazón y con su protagonismo como el único camino para una nueva vida.